Monday, April 12, 2010

VU'Ò'N QUÔ'C GIA BA VÌ


La anhelada escapada de la ciudad llega por fin. Inesperadamente aparece un plan algo confuso al que me lanzo sin pensar demasiado. La idea es salir el fin de semana. Ver algún campo de arroz como el que aparece en las variopintas guías de viaje que me he comprado sobre Vietnam. Ver algún búfalo de agua chapoteando al borde de una carretera. Intentar ver un trozo de cielo que no esté manchado por la perenne contaminación de las motos de Hanoi. Alejarse por unas horas del humo, de los ruidos, del tráfago de la ciudad. Ver la otra cara de las monedas de Ho Chi Minh. Perderse o algo así en un bosque y que algún  sonido extraño nos haga preguntarnos si es una serpiente despertándose o un cálao oculto entre los árboles. Algo de todo ello conseguiré.

 




Salimos sin una idea clara entre mil coches, camiones y carros por una autovía que a ratos parece la carretera de Mad Max y a ratos sencillamente un camino de cabras. El destino es el oeste. Los primeros kilómetros vienen aderezados por el polvo y la suciedad de un intenso tráfico y durante una hora más o menos parece que no hayamos abandonado la ciudad. Giramos hacia So’n Tây, un pequeño pueblo a cuarenta kilómetros de Hanoi. No estamos muy seguros de la ruta pero llegamos al fin. Allí nos dirigimos al  objetivo previsto y nos decepciona (el maquillaje en internet es algo habitual). Es simplemente un complejo turístico artificial y artificioso que recrea un viejo poblado vietnamita y unas casas con vistas a un lago en obras, con un spa desvencijado entre ambos. Abandonamos el lugar como no podía ser de otra forma y la intuición funciona. 

Vemos carteles con nombres con estrellas como indicando el típico lugar turístico que “nohayqueperderse”. Y afortunadamente nos perdemos. Pero dentro. Aparece detrás de una cuesta el parque natural de Ba Vi. Pagamos un pequeño peaje a la entrada. Dos o tres euros al cambio, no recuerdo bien. Unos guardias amables que no hablan una sola palabra de inglés nos miran extrañados. Una montaña de 1.296 metros (Vua Peak) corona el parque. Nos esperan caminos llenos de niebla y un verde difuso e intenso que me recuerda a las tierras altas escocesas (no he bebido whisky). Lo podéis ver en las fotos. Pasamos un sábado y un domingo casi aislados, salvo por pequeños grupos de colegiales en viaje de estudios que apenas disimulan que las plantas que sus profesores tratan de explicarles no les interesan demasiado.



Habitaciones de madera lacada entre helechos y bambú, veintidós grados casi constantes hasta que la noche envuelva al parque, una lluvia leve que nos acompañará hasta el amanecer, una humedad  colándose entre las ruedas de las motos y nuestros huesos, niños saludándonos con una sonrisa y un “hello” permanente en los labios, senderos sin final entre montañas, un silencio que ya creía olvidado y algunos lagos dormidos son las pinceladas de un fin de semana inesperado.

 


 

Ya camino de vuelta elegimos no volver por aquel sucedáneo de autovía polvorienta y regresamos a la ciudad por otra ruta entre campos de arroz, fábricas de ladrillos, caminos de barro, una pagoda encaramada a casi cien escalones agotadores y hasta una iglesia blanca en un pequeño pueblo con un campanario que desafía el horizonte gris de los suburbios de Hanoi. La ciudad nos espera impaciente al otro lado del Río Rojo y nota, o eso nos parece, que en nuestros ojos hay una mirada distinta.