Tuesday, December 28, 2010

MARISCO JUNTO AL LAGO TRÚC BACH - チュックバッハ湖


El mejor restaurante de Hanoi para tomar marisco no es precisamente el más elegante de la ciudad. Tampoco es un lugar tranquilo y el humo de los coches es a menudo compañero habitual de los platos. El servicio impecable impecable no es y la clientela distinguida distinguida tampoco. Hay unas banquetas de plástico que son las sillas y unas mesas pequeñas del mismo material para apoyar los platos. El lavavajillas es una señora en cuclillas que se inclina frente a un grifo y lava los platos que deja diligente sobre la misma acera de la calle. Enfrente está el lago de Trúc Bạch, un lago pequeño al norte de las calles laberínticas del centro, donde en octubre del 67 un piloto americano llamado John McCain, habiendo sido derribado su avión A-4 Skyhawk por un misil antiaéreo, cayó en paracaídas sobre sus aguas (pongo la histórica foto de su recogida por los viets). Después de ser capturado se le trasladó a la famosa prisión de Hoa Lo, más conocida como Hanoi Hilton, donde estaría casi seis años (el apodo de la prisión "Hilton" creo que no necesita explicación).

Los cangrejos, gambas y bogavantes (o algo parecido) se mueven intranquilos en una especie de peceras con los cristales no demasiado limpios. Los camareros o pinches, jovencísimos, esperan la orden para introducir la mano o una especie de gancho y extraer el contenido del plato que los impacientes clientes esperamos. Los bichos se mueven nerviosos. Las gambas son puestas cuidadosamente en una especie de sartén de rejilla y puestas al fuego inmediatamente y al plato a continuación. Dos minutos escasos. Los centollos, enormes, son colocados sobre la acera mirando al cielo y a continuación una señora o una niña, depende del momento, le clava unas tijeras en el vientre a la vista de la expectante clientela mientras el pobre bicho mueve las patas sin esperanza. Una olla por lo menos de la época en que McCain cayó al lago le espera.

El mejor restaurante para tomar marisco de Hanoi no es precisamente el más limpio de Indochina, pero nunca me ha sentado mal ninguna cena. Cuando comienza a escasear la comida debido a la gran afluencia de clientes, aparece un chico en una moto desvencijada que a su espalda trae una caja grande con nuevos candidatos para el fuego. Cada vez que voy allí, las más de las veces soy el único extranjero. Dejo que pidan por mí en ese idioma ininteligible que me rodea y la mesa se llena siempre con los mismos platos. En eso somos rutinarios. ¿Para qué variar y correr el riesgo de equivocarnos?. Almejas, langostinos o cigalas y una especie de caracoles de mar, finalizando con unos "noodless". Siempre pedimos lo mismo pero cada cena es distinta. La calle con su vida incesante a ras de asfalto, los niños que se acercan para vendernos sus paquetes de chicles con xilitol, la muchacha de mirada triste que atraviesa la calle con su bicicleta para vender una especie de pasteles caseros, el hombre que guarda las motos que siempre sonriente nos recibe, la matriarca con sus gafas pequeñas chequeando las cuentas, la variopinta clientela que va desde grupos de hombres medio peonzas, familias al completo con abuela en pijama incluida, una pareja de daneses despistados un domingo de septiembre y hasta alguna cantante local vestida al más puro estilo fashion-viet que llega al restaurante en un coche que seguramente iguala al presupuesto de alguna región del país. Todo hace que cada vez que vamos allí sea distinto. Recuerdo la mirada asombrada y divertida de Rubén ante este espectáculo cuando le llevamos allí a cenar. Diez euros escasos para tres personas fue la cuenta. 

El mejor restaurante para tomar marisco de Hanoi no tiene nombre. Tan solo es una esquina perdida en la calle que bordea al viejo lago de Trúc Bạch.