Saturday, May 15, 2010

SA PA: LOS NIÑOS Y HÀ (TRÈ EM) (子供)

Los niños por todas partes. Mirando con ojos muy abiertos a los turistas que les enfocan, que les enfocamos, con nuestras cámaras para llevarnos sus perfiles a miles de kilómetros. Las niñas van solas o con sus madres intentando vender pequeñas pulseras plateadas y collares trenzados. Y los niños simplemente corretean y juegan entre ellos. Parece como si supieran, seguramente lo saben, que no tendrán que perseguir a los viajeros para ganar unos cuantos dólares al día como hacen sus hermanas. Casi todos sonríen. Los menos nos dicen que no quieren fotos. Y las niñas con su "buy for me" permanente. Algunas llevan a su espalda con los brazos en aspa, cuasi aplastados, a sus hermanos. Una especie de mochila humana. Como siempre con los colores de su aldea. Algunos de los niños son de pocos meses. Se ve que están acostumbrados pues no lloran ni protestan. Tan sólo aguantan mientras la hermana o la madre camina y ellos no pueden hacer otra cosa que mirar hacia arriba mientras su pequeña cabeza se bambolea. Viendo las fotos de los niños de Sa Pa en el ordenador me cuesta elegir algunas para enseñaros. No es nada fácil pues me gustaría que las viérais todas (tranquilos, eso no es posible). Pero creo que éstas os gustarán. Y no sé porqué, pero intuyo que estos niños no tienen playstation.













Hà, creo que se escribe así, me sigue durante algunos metros. Se para. Se asoma a la baranda del café en el que desayunamos con sus ojos pequeños inmensos y me ofrece unas pulseras. Amablemente le digo que no, como he dicho a las veinte niñas que le han precedido. Pero ella insiste. No abandona como ha hecho el resto. Me seguirá durante casi una hora. A veces en silencio, otras preguntando de dónde soy y otras intentando negociar añadiendo a las pulseras un anillo. Vengo de Tây Ban Nha (España en vietnamita) le digo. ¿Sabes dónde está? Pues claro, me dice muy seria. Tiene una voz muy graciosa y un inglés musical que sorprende. No pictures, me dice. Pero ya es tarde. Logro tomarle una foto (la que precede a estas líneas). Será la única que le pueda hacer.

Cometo un error, le digo que maybe tomorrow le compraré algo. Y tomorrow allí está, esperando junto al café Chau Long. Y me lo recuerda. Me seguirá durante parte de la mañana por la ciudad, que cada vez me parece más pequeña pues pateándola, en vez de ensancharse, Sa Pa se achica. Nos vamos a ver la aldea de Ta Phin y regresamos al cabo de unas dos horas y me la encuentro de nuevo. Me pongo a pensar que es hora de comprarle algo a Hà, la niña con los ojos más bonitos que he visto hasta ahora en Vietnam. Algunas pulseras, aunque sepa que en realidad no es plata ni nada parecido. Pero no importa, claro. Se lo ha ganado. Estamos de nuevo en el café Chau Long y salgo a la calle mojada por un leve rocío que ha dejado la niebla de la tarde y Hà no está sentada en la escalera de la puerta de entrada. Y no lo entiendo, porque apenas hace cinco minutos que me ha lanzado una mirada cómplice a través del cristal. Y ahora soy yo el que le busca entre los turistas, entre los puestos de las mujeres de la vecina aldea de Cal Cat, entre las otras niñas que insistentes me ofrecen sus collares y pañuelos de colores. Seguí buscando un rato más mirando de vez en cuando a mi espalda, por si bajaba corriendo por la cuesta de la plaza del mercado que está junto a la iglesia francesa de los años treinta. Pero no bajó.

Y ahora que estoy en casa mirando por la ventana al lago Hô Tây mientras anochece en Hanoi, me consuela pensar que aunque no tenga las pulseras de Hà sobre la mesa, al menos tengo sus ojos que desde la pantalla me miran curiosos, mágicos, inocentes, suplicantes y tal vez un poco tristes, pero que de alguna manera llenan de luz mi recuerdo de aquellos días y de aquella niña que una mañana, ya poco a poco cada vez más lejana, me siguió por las calles de Sa Pa.









Para terminar, atendiendo la petición de Martín, un joven lector del blog, una foto de un cerdito vietnamita momentos antes de que unos niños de la aldea de Ta Phin le hicieran una perrería (va de animales la cosa) al pobre bicho.